lunes, 21 de marzo de 2016

Hijo

Hijo
Lo miraba con un silencio reflexivo y paternal. Era asombroso como había logrado forjarle ese carácter digno de un vasco de pura cepa. Sin lugar a dudas tenía cualidades suficientes para ser el mejor de su clase, ganar cualquier competencia en su especialidad y llegar a grandes cosas.
Al verlo, no podía dejar de sentir un pudoroso orgullo que lo regocijaba al mismo tiempo que callaba para que no lo tilden de mandaparte. Lo soñaron con su compañera de toda la vida y lo gestaron desde el más profundo amor participando ambos en su crianza e involucrándose en cada detalle.Él lo sentía como su hijo predilecto y lo llenaba de un orgullo que no podía contener, repitiéndoselo a todo el que le pusiera la oreja para escucharlo y nombrándolo hasta en medio de conversaciones que poco tenían que ver con eso.
Absorto en su contemplación recordaba cuando llegaron a esos páramos los dos solos y al tiempo ya habìan levantado una casita, un galpón sembraron las primeras semillas. Le venìan a la mente las tardes en las que masticaban el futuro a falta de otra cosa y la noche en que concibieron la idea de lo que hoy era su orgullo y cuando al finalizar el verano su mujer le dijo con una maternal sonrisa que todo estaba bien y se lo dejó con delicadeza en sus manos. Pensaba en las mañanas soleadas como la de hoy cuando paseaban por el campo, en las siestas febriles donde velaba porque descansara bajo los robles eternos y en como cada noche antes de irse a dormir necesitaba pasar a verlo para poder conciliar el sueño.
Sin embargo lo mortificaba el hecho de no tener los medios para darle la oportunidad que merecía y le partía el alma saber que debía hacer un sacrificio supremo, el mayor acto de amor de un padre. Debía dejarlo ir.
Su mujer entró, se sentó y le tomó la mano en silencio otorgándole el consentimiento a lo que alguna vez él le propuso entre lágrimas. Estaban decididos y había llegado la hora. Tomó el teléfono, marcó el número que tenían anotado en un papel sin nombre, porque todos sabían de quién era el número. “- hola” dijo y no esperó a que del otro lado le dieran conversación, “está hecho, pase mañana.” dijo y del otro lado una voz feliz lo golpeó con un “es lo mejor para todos”. Un nudo en la garganta le dijo que colgara.
Ese año, vio por el diario como su mejor cosecha ganaba la medalla de oro en el certamen con el nombre de la bodega más rica de la zona, entonces brindó en silencio con una copa de un vino que le supo amargo.

Walter

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