miércoles, 23 de marzo de 2016

El vasco


La mañana estaba fresca pero un sol tibio la había acompañado alegrándola. Al entrar en la casa el aroma de la comida casera recordaba que la abuela todavía reinaba y que la vida era buena. Tal vez por eso el abuelo seguía sonriendo feliz en blanco y negro desde el cuadro oval del living.
Pasó por el baño, lavó sus manos y refrescó su cara, el espejo le dijo que su cabello precisaba un corte y estuvo de acuerdo. Se acomodó en su silla y esperó la sopa reparadora mientras ojeaba el suplemento rural del diario. Esa había sido la rutina de los hombres de la casa por tres generaciones, trabajar desde muy temprano, recibir las atenciones femeninas y pensar en el futuro de la finca y de la familia. Los niños estaban en la escuela preparándose para cuando la sucesión les llegara como llegaba la hora de la siesta sin que nadie pueda hacer otra cosa que admirarla o entregarse a ella. Desde pequeños iban recibiendo el legado con anécdotas familiares que se repetían y festejaban en las navidades, años nuevos, cumpleaños y cenas familiares, al punto que de grandes ya no quedaba claro si sus recuerdos eran genuinos o implantados por sus mayores. Recordaba cuando a los diez meses su abuelo lo rescato al caer en una acequia y lo consoló con un sorbo de vino de su bota vasca. O cuando le cantaron su primer cumpleaños en catalán en la mesa armada entre los toneles casi centenarios donde se maceraban el vino y los sueños familiares. Recordaba cuando su abuelo bajó en la estación del tren con solo una maleta vieja que ahora dormía junto al primer barril usado y las primeras botellas y damajuanas que alojaron vinos jóvenes hechos con recetas que viajaron en la memoria colectiva de los paisanos. Había escuchado tantas veces como vendían las primeras damajuanas en el pueblo, como los buenos años de cosechas gordas vinieron junto con los hijos que crecieron oliendo el mosto y las madrugadas laboriosas. El mayor de ellos era su padre, que de muy joven mostró dotes de buen comerciante y pasada la adolescencia se puso al frente de la chacra. Pero no se conformó y le dio forma a la primera bodega de la zona, importó cepas y toneles aprovechando los parientes con los que todavía se escribía la familia y un crédito que sacó por la confianza que generaba el apellido familiar y la amistad del padre bancario de su amigo de la infancia. Con el tiempo cambió las damajuanas por botellas que mandaba a la capital etiquetadas con el nombre de la bodega que homenajeaba a su padre.
La zona se fue poblando de otras bodeguitas nuevas de chacareros que se animaron viendo su progreso, y cuando decidieron formar la cooperativa nadie dudó en nombrarlo presidente. De su gestión quedaron el tendido eléctrico, los nuevos canales de riego, trajeron líneas telefónicas y otros beneficios que lo dejaron como el referente de la zona. Entre esos beneficios también estuvo la compra de tierras fiscales a precios de amigos en sociedad con el intendente y el viejo banquero al que le devolvía así el favor de años anteriores.
El mote de "El vasco" con el que se lo conoció de mozo ahora quedó relegado a un grupo selecto de amigos, el resto, a falta de un mayor esfuerzo para pronunciar su apellido vasco, lo nombraba por su nombre de pila precedido de Don.
Le vinieron también a la memoria los días convulsionados de revoluciones en su adolescencia febril, cuando con los compañeros de secundaria salieron a la calle a reclamar gritando y arengando cambios que ellos ni siquiera entendían. Y la pateadura que su padre le dio explicándole su opinión sobre el asunto. De esas amistades surgieron, años mas tarde, los comités que lo llevarían a la política, no por sus cualidades altruistas sino porque su apellido estaba instalado en la memoria colectiva asociado al progreso. Con esas credenciales viajó a la capital donde ya conocían la marca de sus vinos, la bodega tenía cierto renombre y el apellido alguna vez estuvo en boca de los políticos de las grandes ligas que necesitaban de alguien que los representara en la zona.
Poco tiempo después, de regreso al pago chico trajo en las valijas ropa de categoría, nuevos contactos comerciales y el apoyo del partido para llevarlo al congreso nacional. A cambio solo necesitó recolectar las voluntades del pueblo que embriagado con promesas que nunca cumpliría le lleno las urnas y los bolsillos.
Acabó su sopa retirando el plato que le hacìa lugar a una copa alta y elegante como una dama de la ciudad. Admiró el color morado que regalaba reflejos rojos a contraluz y se dijo "- estos vascos son duros de convencer". Pero lo pensó con la tranquilidad de saber que al final, más que sus palabras, su posición privilegiada doblegaria la voluntad del paisano pobre, el de la finca de loma arriba, la que como una paradoja del destino sólo se conectaba con el resto pasando por la entrada de su mega bodega, único camino que el progreso no había mejorado.
Tomó un sorbo y reconoció que el carácter único de una cosecha digna de las mejores mesas aún estaba por venir.  El teléfono sonó, dejó que sonara un par de veces para hacerse desear porque ya nadie lo llamaba a ese número, ahora se usaban los celulares, asi que solo podía ser el vasco de al lado respondiendo a su propuesta. Atendió con un "- hola, quién habla?" lleno de fingida duda, del otro lado le respondieron sin medias tintas aceptando su limosna con resignada indignidad. "Me alegro" dijo y su falta de sorpresa se filtraba en sus palabras, "es lo mejor para todos". Un silencio llegó del otro lado y luego cortaron. El dolor y la humillación quedaron colgados del auricular. Miró el tubo, hizo un ademán y colgó.
Ya tenía el vino que hacía años perseguía para llevarlo al gran certamen con el nombre de su mujer en la etiqueta. A cambio unos pocos pesos pagarían la hipoteca que el pobre chacarero tenía pendiente en el banco de su amigo. 

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