domingo, 20 de marzo de 2016

El viejo, el niño y la mula.

El polvo del camino parecía no afectar a la vieja mula que, hastiada, tiraba del carro con pensamientos indescifrables. Las riendas apenas cumplían un papel formal en las manos nudosas del viejo. De vez en cuando un "vaaamos" le aligeraba los pasos que indefectiblemente volverían al único ritmo de marcha que el pobre animal podía mantener. Igual de aburrido viajaba el niño, quien solo encontraba distracción al ver algún bicho que cruzaba el camino.
'- ¿Queres manejar el carro?' La pregunta le llegó golpeando su sorpresa, un desafío que no vio venir porque no lo esperaba hasta más grande. Las palabras del abuelo lo llevaban a la puerta misma de la adultez. Siete de sus ocho años había viajado con el viejo, había aprendido a subir al carro antes que hablar, las maderas, el olor y el paisaje habían sido parte activa de su niñez. Y sin previo aviso le caía tamaña responsabilidad. No lo dudó, "SI" dijo y sus ojitos impacientes buscaron las manos del maestro que cedió las riendas como un cetro real. Las tomó como lo había visto tantas veces, acomodo su cuerpo como para aguantar el desafío y vomitó un "vaamos" que la mula pareció ignorar. Miró al anciano que aparentaba no registrar la escena, "- ¿le grito más fuerte o uso el rebenque abuelo?", "- haga lo que le parezca m'hijo" respondió el viejo sin dejar de acomodar algo bajo el asiento. El nene dudó un momento y luego ejerció su nueva hombría ensayando un rebencazo que resonó sobre las varas sorprendiendo al animal que pegó una espantada de diez pasos y se frenó de golpe frente al zanjón. La cosecha que llevaban para vender se desparramó por el carro y una parte cayó al pastizal. "- Mh" gesticulo el abuelo. "Ahora m`hijo hay que juntar todo". Enojado, el niño recogió lo caído y subió al carro pensando que había fallado, pero encontró al abuelo sentado nuevamente absorto en sus cosas y las riendas lo esperaban prolijas de su lado. Las tomó nuevamente y esta vez le suplico a la mula con un "vaaamooss" fuerte y decidido al compás de un movimiento de las riendas. La vieja mula arrancó y siguió como siempre con su ritmo cansino.
Llegaron a la feria más tarde de lo acostumbrado y tuvieron que acomodarse al finalizar de la calle donde ya sabían que la venta sería mala.
El tercer o cuarto cliente se acercó con una jaula de gallinas y propuso cambiar "estas gordas gallinas por la mitad de sus zapallos". Luego de aguardar toda la tarde con apenas tres clientes, dos ventas mínimas y un sol infernal, al niño le brillaron los ojos. "- Abuelo, acepta". El viejo miró y dijo "haga lo q le parezca m`hijo". El nuevo hombrecito aceptó con un movimiento de cabeza, acomodó las jaulas a su lado y le señaló al comerciante los zapallos para que los tomara, cosa que este hizo rápidamente y se marchó. Cuando quedaron solos el pequeño abrió la jaula y tres gallos viejos lo recibieron agobiados de calor. El niño miró al abuelo y solo recibió un "Mh" seguido de un ademán que le indicaba el cuarto cliente. Un hombre alto y bien vestido preguntó por su mercadería y les señaló su bolsa llena de monedas. El chico desconfiando le dijo que quería verlas; el hombre sonrió, abrió la bolsa y veinte monedas doradas le indicaron al pequeño que serían suficientes para terminar el dia. Buscó la aprobación del abuelo para que le diga que hacer, pero el viejo se encogió de hombros y solo emitió otro "- mh", dejándolo con el desasosiego de todo el día. - “le vendo las verduras y mis pollos por todas las monedas” dijo con una mezcla de desafío y súplica. Se retiró el hombre caminando con dificultad por la jaula y las bolsas con verduras y quedaron ellos con su carro vacío y los bolsillos llenos. Al final fue un buen día, pensó el niño.
De camino a casa, mientras acomodaba otra vez las riendas en sus pequeñas manos, tomó el coraje de su nueva condición de adulto y le increpó "- ¡abuelo, hoy necesité que me ayude y no lo hizo! Abuelo ¿porque no me enseña a hacer las cosas como Ud.?". Por quinta vez en el dia y por décima en el mes habló el anciano, "- sí le enseño m´hijo", dijo sin dejar de mirar su mula, "- aprendes a decidir solo", y prendió su pipa con una imperceptible sonrisa en sus ojos. 

Walter

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