Abrió
el mensaje e inmediatamente se reconoció en ese pequeño rostro que
se le colaba sin aviso en la pantalla. La mueca de sus labios, el
pelo irreverente, los ojos vivaces, todo en esa figura era un espejo a-temporal e irrefutable que los emparentaban. Se le anudó la
garganta, le brotaron gotas en la frente, rubor en el rostro y
nervios en las manos. Controló el temblor y a falta de un texto que le explique, buscó la mirada del
niño que reía con esa honestidad inocente que expresan a sus padres.
Pero esa criaturita no lo homenajeaba a él, sino a alguien que recibía
esa felicidad fuera del cuadro, pero muy cerca del lente
ejecutor.
Los
ojos se le llenaron de preguntas y miro el reloj que se había
detenido sorprendido. La edad del pequeño marcaba qué página de su
historia estaba leyendo. Le recordaba los pechos que lo habían consolado en sus días malos, los ojos que lo buscaron cuando nadie lo hacía y todo parecía derrumbarse y que lloraron cuando él decidió volver a la seguridad de su vida burguesa.
Pero... porqué? Para qué? Porqué ahora? Porqué no antes o dentro de muchos años o nunca? Porqué no se enteró a tiempo? Y porqué hoy, jusssto hoy?! Porqué, ahora que la vida parecía tener sentido le llegaba esto. Ahora que parecía haberle ganado la pulseada al destino, ahora que creía merecer un descanso a tanto esfuerzo, le llegaba esa foto como una burla de la vida que le recordaba que ella, la vida, era una sola y no se podía fragmentar y vivir vidas sucesivas o paralelas sin pagar un precio por ello.
El ruido del baño hizo retomar el ritmo del reloj, se abrió la puerta y su esposa salió con urgencia parturienta: "- ¡amor apúrate, creo que viene!".
Walter
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Lee, pensà, soñà: La vida es una mentira compartida.